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Rojo

Foto del escritor: Silvia MuñozSilvia Muñoz

Rojo

El rojo es un color intenso. Fuerza, amor, fuego, pasión... Rojo bermellón, rojo carmesí, rojo escarlata... Y rojo sangre. Sangre de un color rojo vivo, como la que recorre nuestras arterias hasta llegar a los capilares más finos y sangre más oscura, como la que recogen las venas para llevar de nuevo al corazón.

En contra de lo que piensa mucha gente ser médico no implica tener contacto con sangre necesariamente. De hecho, los sangrados francos, visibles y escandalosos no son para nada frecuentes. Incluso en los quirófanos de hoy en día, con todas las medidas preventivas y farmacológicas disponibles y los procedimientos mínimamente invasivos, es raro ver hemorragias descontroladas. Por eso impresiona cuando ocurre, porque suele ser malo.

La primera vez que vi un sangrado así fue en digestivo, viendo una gastroscopia. Era un hombre joven, con cáncer de páncreas de reciente diagnóstico y varices esofágicas, unas dilataciones de las venas que si empiezan a sangrar es muy difícil que paren. El hombre parecía estar bien, dentro de su enfermedad, pero sus constantes vitales parpadeaban en el monitor:

- Tensión alta y pulso elevado. ¿Qué significa? -preguntó mi adjunto-. Que está sangrando -se autorespondió.

Al meter el tubo vimos un sangrado continuo, fluido y abundante que llenaba el estómago y le hizo vomitar. Me quedé inmóvil mirando el suelo, rojo contra blanco. Como la almohada. Y las sábanas. Y los pijamas de las enfermeras. Y el rojo ganaba. No se pudo hacer nada. Hablaron con la familia y llevaron al hombre a su habitación. Lo último que oí sobre el caso fue al adjunto quejándose de que no tuvieran morfina para administrar en la sala de endoscopias.

La siguiente vez fue en cirugía cardíaca. Suelen ser cirugías limpias y, los sangrados, de existir, no son muy llamativos, incluso a pesar de tener que establecer un circuito artificial de oxigenación de la sangre. En una de estas operaciones, tras un movimiento de una de las manos que operaban, la sangre empezó a brotar. No se veía de dónde, nadie sabía por qué. El mediastino se llenaba de sangre hasta desbordar. Rojo, rojo, rojo. Tras un par de segundos de desconcierto inicial los cirujanos comenzaron a aspirar la sangre derramada y poco después resolvieron el contratiempo: una de las cánulas de la circulación extracorpórea se había salido, sólo tuvieron que recolocarla en su sitio y todos volvimos a respirar tranquilos. Ahora el rojo también es miedo para mí. Y adrenalina, espanto, acción y reacción. Valentía, temblor, decisión y duda. Frialdad. Complejo color, el rojo.

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