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Toracocentesis

Foto del escritor: Silvia MuñozSilvia Muñoz

Estoy de vacaciones, repasando algunas de las que serán nuevas páginas de este diario. Un recuerdo se ha colado en mi mente y me ha hecho estremecer, y sólo por eso lo escribo. Un anciano semidesnudo sentado en la sala de intervenciones, al lado de broncoscopias. Uno de esos hombres caballerosos, de mirada tierna y amable, dedos finos y pantuflas impecables, dejándose pinchar por el residente para hacer una toracocentesis diagnóstica. De pronto empieza a llorar, las lágrimas resbalan por arrugas divergentes y las manos temblorosas aferran un pañuelo de papel humedecido. - Pobre hombre, le está haciendo daño -pienso yo. El resi, preocupado, y ya terminada la toracocentesis, le pregunta si le duele, y el anciano, con voz temblorosa y una sonrisa de ojos tristes, le responde entre suspiros: - No hijo no, si ni me he enterado, lo ha hecho muy bien... Es la preocupación, ya sabe... A veces puede con uno... Qué ingenua yo en ese momento, creyendo que sólo el dolor podía causar el llanto. Qué fuerte el anciano y qué indestructible su amabilidad, presente incluso cuando él se está derrumbando. Qué llaneza, qué ternura y qué infinitamente humano.

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